Por generaciones, las mujeres de San Andrés Larráinzar han tejido su universo en hilo. Cada brocado en telar de cintura guarda la memoria de un pueblo, la sabiduría de las abuelas y el mapa de su tierra: Chiapas.
“El telar no es solo una herramienta. Es una forma de sanar, de resistir, de decir que aquí seguimos”, dice Elena López López, mujer indígena tzotzil y coordinadora del colectivo Tesoros de mi pueblo, una iniciativa de tejedoras de telar de cintura:
La agrupación nació en 2022 para buscar un precio justo por su trabajo y enfrentar la violencia familiar.
Cada integrante del grupo aporta su saber: guayaberas, rebozos, tapetes, bolsas, libretas.
"No solamente es una blusa, no solamente es un telar… está la vida de muchas mujeres".

Mujeres que tejen su libertad
Antes de Tesoros de mi Pueblo, cada quien tejía en soledad, intentando vender sus piezas entre muchas más, en un mercado saturado y desigual.
Hubo también historias más duras, de mujeres que sufrían de violencia.
Para Elena, este colectivo es una forma de tener independencia económica y con ello otras posibilidades ante una situación de violencia.
“Dijimos: si queremos erradicar la violencia, tenemos que empezar por nosotras mismas".
Entonces se unieron.
Hoy son seis integrantes y cada una se especializa en diferentes artículos: guayaberas, rebozos, tapetes, bolsas, libretas, blusas y accesorios.
"Cuando nos juntamos se enriqueció la pluralidad de los productos".
"Antes de manera independiente era menos los pedidos que teníamos, pero cuando nos juntamos de alguna manera el cliente encontró variedad”.
Y así comenzaron los pedidos grandes y personalizados.
“Siempre he dicho que la variedad hace que te pidan más. Y que el cliente vea que hay ese profesionalismo en el producto. Si venía por una guayabera, pero también le gustó el cojín o una blusa de telar".

El precio justo por una obra artesanal
Una blusa bordada puede parecer simple a los ojos de quien no conoce su origen.
Pero en Tesoros de mi pueblo, cada pieza cuenta una historia, una técnica precisa, y una herencia viva.
Explicar ese proceso —paciente, artesanal, ancestral— ha hecho toda la diferencia.
“Cuando se les da una explicación de realmente cómo se hace un telar, y cuánto tiempo lleva, y qué cosa se tiene que hacer para llegar a un producto final… ahí es donde cambia la perspectiva.
“Muchos han cambiado esa mentalidad de decir: ‘Ah, ahora entiendo por qué cuesta eso, ahora entiendo por qué no debo de rebajar’”.
Al enseñar el proceso, no solo venden una prenda: entregan una historia, una visión del mundo.
Y eso, poco a poco, ha transformado también a sus compradores.
Uno de los malentendidos más comunes entre quienes ven por primera vez una prenda hecha en telar de cintura es pensar que el diseño está bordado sobre una tela ya hecha.
Pero la realidad es muy distinta. Cada pieza comienza con hilos sueltos que se urden a mano. El diseño no se agrega encima: se construye desde el inicio, contando cada hebra, cada cruce, con una precisión matemática.
Quien ve el proceso completo, cambia su manera de mirar.
“Es cuando vemos a los clientes muy decididos. Dicen: ‘Ah, es un trabajo bien hecho".
Para Elena, lograr que una persona pague un precio justo no es solo un logro económico, es un acto de respeto.

La historia está tejida
En cada pieza que hacen —ya sea una blusa o una carpeta— hay símbolos que narran una cosmovisión.
“Nuestros brocados no están escritos, son tejidos. Representan la flora, la fauna, las deidades, la familia”.
Es una especie de mapa de lo que les rodea y hasta marca los puntos cardinales.
El brocado tradicional de Larráinzar se distingue a simple vista: fondo negro, figuras rojas.
“Si ves esos colores, sabes que es de aquí. Lo hizo mi abuela, lo hizo mi mamá… y ahora lo hago yo”.
Los conocimientos no se enseñan en libros, sino con práctica, paciencia y ojos entrenados.
Todo empieza con hilos sueltos. La artesana se sienta en el suelo, sujeta un extremo del telar a un poste y el otro a su cintura. Su cuerpo es parte de la herramienta: sin él, no hay tensión, no hay forma.
Urdir es el primer paso. Contar cada hilo con precisión, porque si uno falla, todo se deshace. Luego, con herramientas de madera, separa los hilos y comienza a tejer.
El diseño no se borda después. Se forma desde el inicio, línea por línea, brocado por brocado. No hay patrones escritos: solo memoria, ojos entrenados y mucha paciencia.
“El telar es una gran maestría. No cualquiera lo aprende. Si en la primera línea del brocado cuentas mal un hilo, todo se arruina”.
Es matemático. Pero hay algo más que técnica. Hay algo más que hilos.
“El telar no es solo una herramienta. Es una forma de sanar, de resistir, de decir que aquí seguimos”.- Elena López López

El hilo como camino
Además de artesana, Elena fue también síndica municipal: la primera mujer en la historia de su pueblo en ocupar ese cargo.
Estuvo en funciones durante la pandemia y formó parte de la primera generación de mujeres en la toma de decisiones. Así conoció al Tec de Monterrey.
"El Tec colaboró para la implementación de un proyecto de turismo. Entonces vi cómo trabajaban, cómo estuvieron apoyando al municipio y ahí fue donde dije: 'Bueno, pues sé que ellos colaboran y apoyan para nuestro fortalecimiento".
Así que la agrupación buscó el vínculo con el Tec, a través de su Centro para la Innovación Social (CIS), de acuerdo con su director, José Manuel Islas:
"Desde 2016 impulsamos proyectos de impacto social en colaboración con más de 19 organizaciones aliadas.
"Estas acciones han beneficiado a más de 20 comunidades indígenas tzeltales y tzotziles, a través de iniciativas orientadas al desarrollo del turismo, la producción de café y la promoción de artesanías".
Desde entonces, Tesoros de mi pueblo tiene nombre, redes sociales, catálogo y visión.
“Nos ayudaron a hacer nuestra página, a entender cómo llevar una administración, una contabilidad. Nosotras ni sabíamos usar Facebook. Ahora ya tenemos hasta pedidos grandes”.
Pero más allá de las herramientas digitales, lo que construyeron fue una red de cuidado.
“No solo nos dedicamos al telar. También nos ayudamos. Si una compañera está triste, ahí estamos. Nos tenemos”.
“No solo nos dedicamos al telar. También nos ayudamos. Si una compañera está triste, ahí estamos. Nos tenemos”.

Una red que florece
El sueño de Elena, no es solo ver que el grupo crezca, sino que otras mujeres también puedan vivir sin miedo y con autonomía.
De acuerdo con la Alerta de Violencia de Género, la violencia familiar es el delito más común en Chiapas.
“Cuando vea a las mujeres de mi comunidad todas empresarias, creo que me voy feliz de este mundo.
"Nos falta mucho, pero ahí vamos con lo que nos enseñaron nuestras abuelas. Con lo que nos decimos entre nosotras. Y con lo que queremos dejarles a nuestras hijas, para que no repitan patrones”.

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