"Las aulas de Cambridge hoy son más legendarias que ayer, porque por ellas ha pasado Stephen Hawking".
Por Julián Valle - 24/03/2018

Stephen Hawking

 

Julián Valle Medina | Campus Zacatecas

 

En plena Segunda Guerra Mundial, la capital inglesa se veía asediada por los ataques de la Luftwaffe nazi. Un cohete V2 había sido lanzado hacia la zona de Highgate. Este fue el acontecimiento que motivó al matrimonio Hawking a dejar Londres para migrar a Oxford y ahí dar a luz al primogénito de sus hijos: Stephen William Hawking.

 

Era un 8 de enero de 1942 el día en que nació, exactamente trescientos años después de la muerte de Galileo Galilei. Stephen, al igual que Galileo, desarrolló una enorme curiosidad por el universo. Uno tuvo la fortuna de estar en una mejor época que el otro para desarrollar esa curiosidad. Galileo fue llamado por las autoridades eclesiásticas a través de la Inquisición para ser juzgado por sus teorías sobre el Geocentrismo. Stephen, tres siglos después fue llamado también por esa misma institución, pero para invitarlo a formar parte de la Pontificia Academia de las Ciencias y condecorarlo con la medalla Pío XI por sus investigaciones.

 

Atraído por las matemáticas y la física, Hawking, estudió en el University College de Oxford y posteriormente un doctorado en la Universidad de Cambridge, en donde años más tarde dio la Cátedra Lucasiana de Matemáticas, misma que en su momento había impartido Isaac Newton.

 

A sus 21 años le fue diagnosticada lo que en aquella época se conocía como la Enfermedad de Lou Gehrig. La Esclerosis lateral amiotrófica, enfermedad degenerativa de tipo neuromuscular, le decían los médicos, iría paralizando sus músculos progresivamente, y aunque su capacidad intelectual podría seguir intacta, con el tiempo no podría expresar lo que pensaba. No le daban una esperanza de más de dos años de vida. Lo que el padecimiento nunca pudo paralizar, como él mismo lo dijo, fue su espíritu.

 

La enfermedad avanzaba, y avanzaba rápido. Pero a un ritmo todavía más acelerado avanzaba también la ciencia, y su anhelo de seguir comprendiendo el universo. Fue gracias al Assistive Context Aware Toolkit, un software desarrollado por Intel que permite traducir gestos faciales, predecir palabras y sintetizar la voz, que el científico pudo seguir comunicándose, aunque solo podía flexionar un dedo y mover sus ojos.

 

Los agujeros negros que tanto estudió, los comparó con la depresión, e insistió en que siempre hay una salida. Cuentan que luego de ser diagnosticado con esta enfermedad, comenzó a perder la voluntad para continuar sus investigaciones, pero el recuerdo de un niño con leucemia que había sido su compañero en un cuarto de hospital, lo hizo motivarse otra vez, y entender que como dijo Cicerón: “mientras hay vida, hay esperanza”.

 

Fue el científico más joven en ingresar a la Royal Society, donde se congrega la élite científica británica, de la que algún día formaron parte Darwin, Leibniz, Einstein, entre muchas otras mentes extraordinarias.

 

Su idea era simple: “comprender el universo, por qué es como es y por qué nosotros existimos”. Por ello, dedicó su vida a tratar de conjuntar las dos grandes teorías del siglo XX: La Teoría de la Relatividad y la de la Mecánica Cuántica. Esa conjunción era lo que él llamaba “La Teoría del Todo”. Su trabajo constante en la estructuración de esta teoría lo llevó alguna vez a refutar el planteamiento de Einstein, de que “Dios no juega a los dados con el universo”. Hawking afirmó que “no sólo juega con ellos, sino que los tira a donde no los podemos encontrar”. El catedrático de Cambridge, demostró que es posible comunicar ideas complejas si se hace de la manera adecuada, siempre respetando la inteligencia de la audiencia.

 

Estaba convencido de que las dicotomías incendiarias no funcionan para la divulgación científica y por ello optó por una explicación que inspiraba la curiosidad.

 

Era un admirador de las composiciones musicales de Wagner, Mozart, Puccini, y por supuesto de Los Beatles. En una entrevista para la BBC de Londres compartió que Non, je ne regrette rien (No me arrepiento de nada) de Edith Piaff era la canción que resumía su vida de una manera breve, concisa y sustancial.

 

Esto muestra de una manera muy clara la determinación que tuvo por lo que quería hacer en la vida. Su extravagancia intelectual no se vio contenida nunca por sus limitaciones físicas. Hawking es uno de los más grandes epítomes de la resiliencia como actitud en la vida; de esa voluntad y ánimo de ir hacia adelante pase lo que pase, que sólo puede emerger de un espíritu inquieto, que se cuestiona, que responde preguntas y se replantea a sí mismo otras.

 

Las aulas de Cambridge hoy son más legendarias que ayer, porque por ellas ha pasado Stephen Hawking.

 

Hoy podemos decir que hemos compartido la misma época, con uno de los personajes poseedores de una de las mentes más brillantes del siglo XXI.

 

 

“No sería un gran universo si no fuera hogar de las personas que amas”.

Stephen Hawking

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