*El Dr. Pablo Ayala es decano asociado de Formación Ética y Ciudadana de la Escuela de Humanidades y Educación
Últimamente se ha dicho que estamos a punto de entrar a una “nueva normalidad” que dejará tras de sí “la normalidad” de un pasado que no volverá (la cual, por cierto, me resultaba extremadamente chocante).
¿Qué era esa normalidad que estamos por dejar? Lo normal era vernos de frente con: la miseria (niños y jóvenes haciendo acrobacias y limosneando en los semáforos, ancianos empacando en el supermercado, cientos de miles de personas agravando su salud a la espera de una cita médica con el especialista, etc.), la violencia en todas sus formas (familiar, de pareja, género, la del narco, la callejera que pulula en los muchos espacios olvidados por la policía, etc.), la injusticia estructural (generación tras generación naciendo y muriendo de manera precaria, víctimas de derechos negados, adaptadas al son del “liderazgo” de una rancia y minúscula élite a la que ampara un marco legal que a contentillo se vuelve “la” política pública), el resentimiento vivido en muchos ámbitos de nuestras vidas como producto y efecto de la “normalidad”, una profunda apatía ciudadana que derivaba en muchas formas de “valemadrismo” que amparaban y legitimaban los peores vicios que puede encarnar cualquier sociedad (corrupción, despilfarro de recursos renovables y no renovables, destrucción de los espacios públicos, etc.).
Con todo, esta lamentable normalidad también estaba matizada por ciertos rasgos que nos permitían abrigar esperanzas. Ahí, en medio del desastre, asomaba el trabajo vigoroso y comprometido de personas agrupadas en cientos y cientos de organizaciones de la sociedad civil que día tras día ponían sudor y alma por hambrientos, migrantes, desplazados por la violencia y el narco, familias que buscan a sus desaparecidos, la recuperación de los ecosistemas, el rescate y reivindicación del trabajo artesanal y un sinfín de causas que dejaban en claro que nuestra patética normalidad podía ser de otra manera.
En términos gruesos esa era nuestra normalidad, por ello creo que la pregunta que hoy debemos hacernos no es ¿cómo será la nueva normalidad?, sino, ¿qué debemos hacer para construir la normalidad que queremos y merecemos?
Más allá de nuevos hábitos de cortesía al estornudar, limpieza en la oficina, estrategias para ir al supermercado, gestionar trámites en lugares cerrados y convivir en espacios públicos, necesitamos renovar algunos asideros éticos que nos permitan rehumanizar la nueva normalidad.
Y como esto de la rehumanización no es algo que se explique pronto, de ello hablaré en mi próxima entrega.
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