Cintia Smith | Opinión | Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno
En una charla reciente con el doctor José Fabián Ruiz comentábamos que las propuestas de candidatos y alianzas para las elecciones de Nuevo León se han vuelto un coctel bizarro.
Para aquellos que no siguen con detenimiento la agenda pública, la decisión de a quiénes votar será un ejercicio de malabarismo.
Priistas y panistas en listas de Morena; otros panistas en Movimiento Ciudadano; el PAN, en plena desbandada con candidatos del actual "Gobierno independiente" y el PRI luchando por perpetuar sus tácticas de disciplina partidaria, a pesar de la salida de la fracción de Abel Guerra.
Se presentan des-alineados de su pasado político y también, por qué no, desalineados en sus estrategias coyunturales.
Si en los últimos procesos electorales los votantes han ido demostrando que su pertenencia partidaria va a la baja, no habría un costo político muy alto en competir por otros partidos.
Mi afirmación no se plantea en términos de crítica moral, es entendible que una persona que ha hecho una carrera en el ámbito político busque mecanismos de subsistencia ante la posible pérdida de espacios.
Honestamente, excepto reducidas excepciones como las del PES, con su agenda ultraconservadora, o algunas propuestas nacionalistas de Morena, no hay grandes diferencias ideológicas entre competir por uno u otro partido.
Ese vaciamiento de la agenda pública local es el verdadero problema.
Una característica de las últimas décadas en nuestro Estado era el bipartidismo.
Entre PRI y PAN se distribuían y alternaban el control del poder, tanto en la mayoría parlamentaria del Congreso del Estado, como en el control de los municipios más importantes del área metropolitana.
Sin embargo, tratar de desentrañar entre estos dos partidos diferencias ideológicas, e incluso operativas, es como una metáfora de lo imposible.
¿Qué mantenía a cada quién en su respectivo partido? Simple. Los beneficios de la disciplina partidaria.
El cambio en las elecciones de Nuevo León
El punto de quiebre del bipartidismo en Nuevo León fue la elección de 2015.
El triunfo de Jaime Rodríguez demostró que, ante divisiones internas, los incentivos de la disciplina ya no eran suficientes para permanecer en el partido.
Y, como se esperaba, rumbo a las elecciones de 2021 se produjo una masificación de este fenómeno: del PRI y el PAN hacia Morena en mayor medida. Hay que capitalizar el crecimiento del emergente partido de mayoría.
¿Cambiarán las perspectivas de Nuevo León con la ruptura del bipartidismo, si es que se sostiene en las próximas elecciones? Lo dudo mucho.
Estamos en presencia de los mismos personajes de siempre, pero ubicados en diferentes posiciones. Excepto contadas excepciones, no hay un recambio generacional.
Sin embargo, aunque los candidatos y sus propuestas sean siempre más o menos las mismas, los problemas públicos del Estado han cambiado sustancialmente en la última década.
Cuestiones como la agenda ambiental, la movilidad urbana y la paridad de género se han vuelto trascendentes.
La clase política tradicional de Nuevo León ha perdido el rumbo en términos de innovación pública.
Desde el fallido proyecto "Monterrey, Ciudad Internacional del Conocimiento" de hace poco más de 15 años, no hay un plan estratégico de gran escala.
Nuevas agendas y nuevos candidatos que las representen es la aspiración para salir de esta parálisis.
Yo observo dos espacios políticos donde se están gestando nuevos liderazgos que abrazan estas nuevas agendas.
La primera está integrada por los candidatos a diputación local sin partido que representan al colectivo El Futuro Florece.
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